realidad. Si se la ve, parece una nena de trece; pero cuando uno la trata un poco, podríamos pensar que ya vivió veintipico. Es que es difícil saber cuántos años son, en nuestra medida, cada uno de los años vividos por Carlita. Y mucho más considerando los últimos, en donde perdió a su madre y, casi al mismo, tiempo quedó embarazada.
Carlita hace menos de un año que es mamá y viene con su hijo a la escuela. No le gusta dejarlo en la guardería porque dice que “las chicas de ahí la tratan mal”, y porque cuando llega un poco más temprano la reciben “con mala onda”. Cuando se queda con su bebé en el aula los compañeros la ayudan, lo tiene y juegan con él como tíos, o mejor dicho, como hermanos mayores. Carlita extraña mucho a su mamá, y cría a su hijo muy sola porque se separó rápidamente de su fugaz pareja (que hace poco falleció en un motín carcelario). En muchas cosa se le nota: en sus ignorancias como madre, en el inocente descuido por su hijo, en el amor que le tiene, y en sus palabras, cuando expresan que no le importa el resto de su familia: su hijo es lo único que ella tiene.
A Carlita le gusta mucho usar su computadora. Por supuesto, tiene facebook. Cuando la tarea incluye utilizar su netbook es cuando mejor trabaja. Dice que le gusta matemática, pero que le cuesta mucho lengua e inglés. Muchas veces la tarea en el aula se pone difícil porque su bebé le demanda tiempo y atención. Cuenta que en su casa le dedica alguna horita a estudiar y que, a veces, la ayuda para eso su papá, que es pintor. Pero también su papá la obliga a llevar a su bebé a una guardería por las mañanas, para que realice las tareas hogareñas.
Carlita tiene un carácter muy arisco, y no tiene filtro. No tolera algo cuando lo considera injusto. Lo que piensa, lo que cree, lo dice sin medir las maneras ni las consecuencias. O mejor dicho, sin importarle las consecuencias. Porque, como ella misma lo expresa; “¿Usted cree que me importa que me hagan un acta? Si me banqué a mi viejo cuando quedé embarazada, ¿usted cree que a mí me van a asustar con eso?”.
Es muy difícil tratar de educar a Carlita. Hay una imagen para describirla -que puede no ser pedagógicamente correcta- pero es la más gráfica. Carlita es como un cachorro salvaje y maltratado, de esos a los que uno intenta ayudar pero del que sólo recibimos ladridos y mordiscones. De nada sirven las palabras agradables, los porfavores y las súplicas: si Carlita no quiere, lo mejor es no pretender que quiera, si es que no deseamos ser considerados también como parte del lado más oscuro de su visión en blanco y negro de este mundo.
Es muy difícil tratar de educar a Carlita. Las obligaciones no son percibidas, los llamados a la “santísima responsabilidad” no responden; sólo cuando el tema de estudio es objeto de su deseo parece funcionar el aprendizaje. Sí, claro, ya sabemos que es lo que siempre sucede (o lo que debería suceder), pero en el caso de Carlita esto se eleva a su más cruda y máxima expresión. Es una niña-madre que vivió en pocos años lo que muchos jamás viviremos y que al mismo tiempo, difícilmente conocerá otra realidad. Qué se le va a hacer: somos docentes y humanos, es natural que nos cueste entenderla y tratarla, que nos cueste tolerar sus explosivas respuestas y sus insoportables despalntes. También es lógico que nos cueste lograr la empatía para comprenderla; su realidad es algo muy difícil de consentir. Pero no hay otra: lo tenemos que hacer. Somos los adultos, los profesionales, somos “los que sabemos”. Nuestro gran problema es que estamos muy acostumbrados a esperar y ver un resultado, una pronta reacción a nuestras acciones. El asunto es
que, aunque sea duro de aceptar, deberíamos entender que no siempre será así.
Es muy difícil educar a Carlita. Muchas veces no encontramos qué es lo que tenemos que hacer. Quizás, a lo mejor, se trate simplemente de saber esperar que con mucha paciencia y ayuda, dando lo mejor de nosotros y con el tiempo, Carlita pueda aprender, crecer, vivir y sonreír.
Buenos Aires, Agosto de 2013